martes, 14 de febrero de 2017

PENTALFA I



PUBLICACIÓN SEMANAL TEMPLARIA  Director:  Jorge Miguel Cerlier Fauré Redactores principales:  -Miguel de Gálata -Pedro de Meneses.  MADRID. ESPAÑA nº 1. 15/01/17. Año templario: 899

EDITORIAL
 Intentamos, con nuestra revista, divulgar el complejo mundo de San Bernardo de Claraval y todo el misticismo a que dió lugar en su época. En los Sermones leeremos lo que escribieron otros monjes sobre lo que San Bernardo decía en sus homilías. En los Escritos será la propia mano del santo la que se exprese. Cada Sermón está acompañado de un resumen que haga más fácil su lectura. Intentamos que recoja lo esencial del mismo. En el apartado de Lugares presentamos, brevemente, fotos o breves notas de aquellos parajes relacionados con Tierra Santa (recordemos que allí se dirigieron las Cruzadas y que San Bernardo organizó espiritualmente una de ellas, sin duda una de las experiencias más amargas de su vida). Algunos grupos de la época se denominaron “sanjuanistas”. Intentamos reconstruir lo que sabemos de San Juan Bautista. Subyace en ello la idea de “preparar la llegada del Mesías”. La página Sigilum recoge un amplio espectro de conocimientos de todo tipo que, al final, conducen a una especie de esoterismo transmitido en círculos cerrados de la época y que aún hoy subyace en muchos grupos denominados “sanjuanistas”. De cualquier forma contribuyen a una visión compleja y trascendente de la realidad con la seguridad de que no sólo lo que tocamos, vemos y oímos existe realmente o tal vez nos rodea un mundo subyacente difícilmente imaginable. El apartado de “La Familia que Encontró a Cristo” es la mejor biografía conocida de San Bernardo de Claraval.  Los números se irán presentando con periodicidad semanal tanto en edición impresa como digital. Procuramos que los artículos no vayan firmados pues, en el fondo, son todos el producto de una labor de equipo y el resultado conjunto del trabajo de varios autores. 

 LOS SERMONES DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL
EN EL NACIMIENTO DE LOS SANTOS INOCENTES SERMÓN ÚNICO 

De las cuatro festividades continuadas del Nacimiento del Señor, de San Estebán, de San Juan y de los los Santos Inocentes
Bendito sea el que viene en el nombre del Señor: el Señor es Dios y ha hecho brillar su luz sobre nosotros; bendito sea su nombre glorioso, que es santo. No vino infructuosamente lo santo, que nació de María, sino que copiosamente difunde el nombre y la gracia de la santidad. Verdaderamente de aquí es Juan Santo, es Esteban Santo, y también los Santos Inocentes. Con provechosa disposición acompañan estas tres solemnidades al nacimiento del Señor. No sólo para que continuándose las festividades persevere la devoción continua, sino también para que el fruto del Nacimiento del Señor sea conocido de nosotros en ellas, como un
efecto y consecuencia de él. Se advierten en estas tres solemnidades como tres especies de santidad: ni yo juzgo que se pueda hallar fuera de estos tres géneros de Santos, otro cuarto entre los hombres. Tenemos en el bienaventurado Esteban la obra y la voluntad del martirio: tenemos sola la voluntad en el bienaventurado Juan: y tenemos solo la obra de los Santos Inocentes. Todos ellos bebieron el cáliz de la salud o con el cuerpo y el espíritu juntamente. O con sólo el espíritu; o con sólo el cuerpo. Mi cáliz ciertamente beberéis dijo el Señor a Santiago, y a Juan: no hay dudas de que hablaba del cáliz de la pasión. En fin, cuando decía a Pedro sígueme, excitándole violentamente a la imitación de su pasión, vuelto Pedro vió que seguía después del discípulo que amaba Jesús, no tanto con los pasos del cuerpo sino con el afecto de su voluntad. Bebió pues también Juan el cáliz de la salud, y siguió al Señor como Pedro, aunque no de todas maneras como Pedro. Porque haber permanecido así, no siguiendo con la pasión corporal al Señor, fue consejo divino como lo dice él mismo: Así quiero que permanezca hasta que yo venga. Como si dijera quiere él también seguirme pero yo quiero que así permanezca. Pero ¿habrá quien dude de las coronas de los Inocentes? ¿Dude que los infantes despedazados por Cristo sean coronados entre los mártires, el que no cree que los reengendrados en Cristo son contados entre los hijos de adopción. Cuándo aquel niño, que nació para nosotros, no contra nosotros, permitiría que unos niños coetáneos de él fuesen muertos por su causa, lo cual él podía estorbar con toda su voluntad, si no providenciera a favor de ellos alguna cosa mejor; haciendo que así como a los demás infantes, entonces la circuncisión, ahora el bautismo, sin algún uso propio de su voluntad les basta para conseguir la salud; así el martirio producido por él les bastase a ellos para la Santidad? Si buscas sus méritos para con Dios, para ser coronados, busca también sus delitos para con Herodes para ser despedazados. ¿Es menos acaso la piedad de Cristo que la impiedad de Herodes, para creer que haya podido él entregar unos inocentes a la muerte
y no haya podido Cristo coronar a los que fueron muertos por él? Sea pues Esteban mártir para con los hombres, cuya voluntad de padecer se manifestó con toda evidencia particularmente, en que en el mismo artículo de su muerte tenía la más viva solicitud, tanto por los perseguidores como por si mismo, venciendo en él el afecto de su interior compasión al afecto de su pasión corporal, de suerte que lloraba más por los delitos de ellos que por sus propias heridas. Sea Juan mártir para con los Ángeles, que como espirituales criaturas conocieron con más claridad las señales espirituales de su propia voluntad para padecer por Cristo. Pero estos verdaderamente son vuestros mártires, o Dios, para que resplandezca con más evidencia el privilegio de vuestra gracia en quienes ni el hombre ni el Ángel descubre mérito alguno. Vos habéis formado en la boca de los infantes y los niños de pecho vuestra perfecta alabanza. Gloria sea Dios en las alturas dicen los Ángeles, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Grande alabanza es esta sin duda, pero me atrevo a decirlo todavía no es alabanza perfecta, hasta que venga quien diga: dejad a los párvulos que vengan a mi, porque de los tales es el Reino de los Cielos, y paz a los hombres aún sin el uso de su voluntad para ilustre testimonio de la piedad de Dios. Esto debieran considerar los que suelen combatirse en contenciosas disputas sobre la obra y la voluntad: consideren y adviertan que no conviene despreciar ni lo uno ni lo otro cuando no falta la facultad; especialmente lo uno sin lo otro (pero cuando la facultad falta) no solo dar la salud sino la santidad. Más también se persuaden firmemente, que aprovecha la obra sin la voluntad, pero no contra la voluntad, de suerte que por lo que se salvan los infantes, tendrían más condenación los que llegaron a la fe fingidamente. Del mismo modo, en algunos la voluntad sin la obra es suficiente, pero no contra la obra. Por ejemplo, si uno es arrebatado por la muerte cuando tiene en si una buena voluntad, pero todavía no perfecta, todavía no bastante valerosa para sufrir el martirio: ¿quién se atreverá a negar que se salve por esta interpretación? Quizá no le permite Dios que llegue a tentación tan
grave, con el fin de que en ella no desmaye y se condene. Porque, si con tan débil voluntad fuera puesto en aquella tentación, que es sobre sus fuerzas y su voluntad no fuese corroborada, quien duda que desmayaría, que negaría la fe, y que si entonces muriese pereciera? Si alguno tiene vergüenza de mi delante de los hombres, también yo tendré vergüenza de él, dice el Señor, delante de los Ángeles de Dios, Así, en nuestra voluntad imperfecta en la que alguno se salva, cuando falta la ocasión y facultad para la obra, no se podría salvar por la falta de la obra, o diciendo de otro modo, por la obra de su rebeldía y falta. Lo mismo también podría suceder con la ignorancia, antes bien solícitos y timoratos demos gracias al benignísimo, y liberalísimo Salvador, que ocasiona con caridad tan copiosa las ocasiones a la salud a los hombres, que se alegra de encontrar en unos la voluntad y la obra, y en otros la voluntad sin obra, en otros también sin voluntad la obra de la salud, queriendo que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Porque en esto consiste la Vida Eterna, en que conozcamos al Padre Dios verdadero y a Jesucristo a quien envió, el cual es con el Padre un Dios verdadero, bendito sobre todas las cosas por los siglos, Amén.
 RESUMEN Y COMENTARIO: Para la Salvación nuestro Cristo, en su misericordia, considera varias situaciones. La primera es la existencia de una voluntad firme, una determinación, que se consuma con un sacrificio. Es el ejemplo de San Esteban. La segunda es la existencia de una voluntad firme que no se consuma con el supremo ejercicio del martirio, bien porque Dios no lo estime oportuno en ese momento o porque crea que nuestra debilidad nos haría padecer y perder los dones espirituales alcanzados. Queda la obra, el martirio, sin voluntad de hacerlo. También Cristo, en su misericordia, considera ésta una vía para la salvación del alma. Lo que no acepta es el hecho, el martirio acompañado de la ausencia de conversión, de la negación volitiva de la verdadera fe. Los Santos Inocentes fueron mártires sin contar con su voluntad, pero sin oponerse al Dios verdadero. Por eso
Dios misericordioso los acoge en su seno como santos y mártires.

 ESCRITOS DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL

Los Grados de la Humildad y del Orgullo

SAN BERNARDO

RETRACTACIÓN

Ya había redactado casi la mitad de este tratado cuando se me ocurrió confirmar y corroborar una afirmación, citando aquel pasaje del Evangelio en el que el Señor confiesa su ignorancia sobre el día del juicio. Y cometí una imprudencia; pues luego caí en la cuenta de que el Evangelio no se expresa así. El texto dice tan sólo: ni el Hijo lo sabe. Yo, en cambio, autosugestionado y sin intención de presionar, no recordaba la expresión exacta, sino sólo el sentido; por eso escribí: ni el Hijo del Hombre lo sabe. Al comenzar la siguiente discusión, traté de probar su autenticidad, partiendo de una afirmación en contra de la verdad. Pero, como no me dí cuenta de este error hasta mucho después de haber dado el libro a publicidad y de haber sido transcrito por muchas personas, no he encontrado más solución que hacer esta
retractación; dado que, por estar esparcido en tantos manuscritos, no me ha sido posible atajar dicho error. En otra ocasión manifesté una opinión sobre los serafines, que nunca he oído ni leído. Advierta el lector la prudencia del autor, que se expresa diciendo: "pienso". No quería proponer más que una simple opinión de aquello cuya veracidad no he podido demostrar en la Escritura. En fin, incluso puede discutirse la oportunidad del título "Sobre los grados de humildad" dado que describo más los grados de soberbia. Aquí cargarán las tintas los menos inteligentes o los que hacen caso omiso a los motivos del título. Al final del tratado intento justificarlo muy escuetamente.

VIDA Y OBRA DE SAN JUAN BAUTISTA

Evangelio según San Juan 1,1-18. Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo 
único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

 LA FAMILIA QUE ENCONTRÓ A CRISTO
 (Biografía de San Bernardo de Claraval) 

INTRODUCCIÓN 

La Hermana Superiora dejó el libro cuidadosamente. Era una "Vida de San Bernardo de Clairvaux". Después, con tono de reproche, exclamó: —¡Ya le daría yo una buena a ese autor! Su Hermano la contempló con un guiño divertido, y exclamó a su vez: —¡Vaya expresión y vaya tono, Hermana! ¿Qué es lo que le parece mal del libro? —El autor ha convertido a un santo de Dios en cualquier cosa menos en un santo. Ha tomado las tonterías infantiles y la extravagancia del noviciado de Bernardo, y ha escrito sobre ellas como si se tratara de los hechos heroicos de un santo. Escuche usted esto. Y tomando el libro, pasó rápidamente unas cuantas hojas, leyendo a continuación: "Era tal la heroica modestia de sus ojos, que al cabo de un año de noviciado no sabia cuántas ventanas había en la capilla..." ¡Qué tontería! ¿Y quién lo sabe? Yo he sido novicia dos años; he vuelto al noviciado todos los veranos durante veintidós años, y ahora mismo no sabría decirle cuántas ventanas hay en nuestra capilla. Pero nadie me atribuirá nunca la heroica modestia de los ojos, y no creo que nadie me canonice. Por lo menos —añadió con una sonrisa— por ahora. No —rió su Hermano—, por ahora, no. Pero, vamos a ver, ¿no
le parece ese detalle demasiado insignificante para condenar por él todo un libro? Admito que demasiados autores de vidas de santos, desconociendo íntimamente la vida religiosa o la espiritual, cometen errores semejantes. Pero ¿va usted a poner ese libro en su lista negra sólo a causa de esa tontería? —¡Oh!, eso es sólo un ejemplo—repuso la Hermana—. Todo el libro me molesta. Dice lo que hizo Bernardo, no lo que fue. —Pero Hermana, usted no debe nunca olvidar su filosofía "agere sequitur esse". (Dime lo que hace un hombre o una mujer, y te diré lo que son.) 



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